ANTÍTESIS
Tras la silbatina que tuvo que soportar Gerlein en la
Convención Conservadora vino el silbato conejero de Gabriel Silva Luján. En
efecto, para una persona que no sabe sino de oídas lo que sucedió en esa
Convención, el silbato no hizo más que ponerle conejo, no a Gerlein ni a los enmermelados, sino a la propia verdad de
lo sucedido. Y la verdad es, según quien esto escribe ¾persona de cuerpo presente, y
para más datos, precandidato con Marta Lucía¾
que la silbatina a Gerlein et al., si
bien poco diciente de un buen comportamiento, fue muy diciente del malestar y
de la indignación que sobrecogía a prácticamente todo el Partido. No obstante
el desacato a la parla entreguista que se veía venir, lo cierto es que la
Convención, como cuerpo soberano del Partido Conservador, rechazó por
abrumadora y apabullante mayoría las pretensiones de quienes quisieron
arrodillar al conservatismo y privarlo de tener un candidato único a la
Presidencia de la República.
No es
cierto, como Gabriel Silva afirma, que la convención haya sido un «linchamiento», ni mucho menos que la
masa abucheadora haya sido «manipulada»,
o que se pareciera a las «camisas negras
del fascismo», términos todos exageradamente hiperbólicos para describir
una situación que nunca se salió de las manos y cuyos actores nunca insultaron
a los aforados, quienes, por el contrario, guardaron la más absoluta y silbante
disciplina. «Que el propio senador
Gerlein consideró que su vida estaba en peligro», no puede ser más que otra
malévola hipérbole, salida de toda objetividad y sinceridad. Puedo asegurar que
sólo hubo gesticulaciones emotivas y airadas cuando el Senador intentaba
hablar, pero emotivas y airadas no significan amenazantes. Cálmate, Gabriel. No
exageres, que no te queda bien. El Partido guardó, en todo momento, una vital
compostura, como es lo propio del conservatismo. Sin embargo, Gabriel Silva
guarda para sí el hecho de que sí hubo una mayor explosión de indignación
cuando Gerlein dijo por el micrófono que aquella manifestación de descontento «le recordaba la chusma barranquillera».
Esto sí que acabó de enturbiar el ambiente, porque fue el propio Gerlein quién
agredió de palabra a las ya irritadas masas conservadoras.
Tampoco es
cierto, como lo afirma el resentido ex ministro de Uribe, que Omar Yepes
hubiera jugado con doble carta, la de Arturo, ternero de Santos, y la suya
propia con el Partido. Omar Yepes es un hombre a quien siempre oí abogar por la
candidatura propia y quien tuvo serias discrepancias con la conducta de su
hermano. Además, lo conozco como como un hombre serio en estos asuntos
políticos, por lo que, quien también lo conozca, podrá avalar mi aserto. Lo que
Silva no reconoce, como decía doña Berta Hernández, es que «los terneros grandes maman arrodillados». Y muy grandes eran los
que habían estado mamando…
Pues sucede,
amigo lector, que los áulicos de Santos no aceptan que la primera derrota que
sufre este presidente fue en la convención conservadora, derrota premonitoria
de la que vendrá en mayo. Eso los tiene desconcertados: no contaron con que no
había mermelada para tanto pan, ni tanta indignación para tan pocos
entreguistas. Están descompensados, descompuestos. Y lo están por dos razones:
porque un presidente con el 26% de intención de voto ve peligrar sus opciones sin
el Partido Conservador; y porque el resurgimiento de este partido comienza a
hacer inviable que Santos sea elegido en la primera vuelta. Y de pronto hay una
tercera: que al machismo liberal no lo deja dormir el hecho de que sea una
mujer la que llegue al primer cargo de la Nación.
Vade retro, Silva.
3 de febrero de 2014
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