viernes, 28 de febrero de 2014

LA CAÍDA DE LOS GENERALES

ANTÍTESIS



Pablo Victoria


Según mis fuentes, el último malestar del Ejército con las conversaciones de La Habana provienen de que el general Barrero sabía de acuerdos y entendimientos de los cuales el general Mora, ex militar y uno de los delegados del Gobierno, no tenía ningún conocimiento. En alguna conversación entre los dos, este último le confesó a Barrero que De la Calle y Sergio Jaramillo se reunían con las FARC a tratar ciertos asuntos, reuniones a las que Mora no era invitado o, mejor, de las que era excluido. Es a partir de este momento que, según la fuente, se montó la Operación Andrómeda, autorizada por el ministro de defensa Pinzón, para espiar las conversaciones y acuerdos con las FARC. Aparentemente, dos de los computadores de esa organización criminal fueron “hackeados” de manera permanente por el Ejército, aunque no me pudieron determinar de cuáles computadores se trataba ni a quienes pertenecían.
Con el tiempo, la Operación Andrómeda fue descubierta por espías cubanos que operan en Colombia y que, de alguna manera, tienen enlaces con la Fiscalía. Advertida ésta de lo que estaba ocurriendo, Santos ordenó el allanamiento de las instalaciones de Andrómeda, hecho sobre el cual la opinión pública tiene pleno conocimiento. (Nótese que hasta la fecha, la Fiscalía no ha explicado a la opinión quién ordenó que hiciera el allanamiento, ni cómo se hizo la investigación que llevó al mismo). No obstante, el Ejército pudo sacar a tiempo la información que se tenía sobre los dos computadores interceptados de la guerrilla.
Producido el escándalo, la caída de Barrero se debió al enfrentamiento que hubo entre este general y Sergio Jaramillo sobre Andrómeda, a la exclusión del general Mora de ciertas conversaciones con los delincuentes de La Habana y la operación Andrómeda. Entonces se produjo la intervención del Presidente, quien primero señaló que “fuerzas oscuras” habían montado la ilícita operación, mientras al día siguiente se retractó diciendo que dicha operación no sólo era lícita sino que estaba plenamente autorizada. Esto sucede porque, llamado Pinzón a rendir cuentas ante el Presidente, Pinzón se lo advierte y le dice enfáticamente que él mismo había autorizado el espionaje. Cogido Santos entre dos fuegos, quiso, para salvar a su ministro, que tanto Barrero como Pinzón señalaran o indujeran a hacer creer que la “mano negra” detrás del espinoso asunto era la de Álvaro Uribe. Como ninguno de los dos accediera, no le quedaba más remedio al Presidente que reventar el hilo por lo más delgado: echar a Barrero y a otros generales a los perros.
Pero la extraña situación no ha parado allí: el distanciamiento entre Pinzón y Sergio Jaramillo, según mis fuentes, ha llegado al extremo de que es ahora Jaramillo quien conspira contra el ministro Pinzón. Es decir, lo quiere tumbar, y lo tiene infiltrado. Además, le hace pilatunas, como inducir a que su agenda de viaje sea publicada con todos los detalles para acosarlo. El tema del apartamento, por ejemplo, fue delatado por Jaramillo, según la fuente, para acabar con Pinzón. El propósito de Jaramillo, y vuelvo a citar mi fuente, es montar un ministro “pacifista”, al estilo del secuestrado e inmolado ex ministro Echeverry, vilmente asesinado por las FARC.
Esta es la historia reciente que me fue revelada.


1/3/14

miércoles, 12 de febrero de 2014

EL SILBATO CONEJERO

ANTÍTESIS


Tras la silbatina que tuvo que soportar Gerlein en la Convención Conservadora vino el silbato conejero de Gabriel Silva Luján. En efecto, para una persona que no sabe sino de oídas lo que sucedió en esa Convención, el silbato no hizo más que ponerle conejo, no a Gerlein ni a los enmermelados, sino a la propia verdad de lo sucedido. Y la verdad es, según quien esto escribe ¾persona de cuerpo presente, y para más datos, precandidato con Marta Lucía¾ que la silbatina a Gerlein et al., si bien poco diciente de un buen comportamiento, fue muy diciente del malestar y de la indignación que sobrecogía a prácticamente todo el Partido. No obstante el desacato a la parla entreguista que se veía venir, lo cierto es que la Convención, como cuerpo soberano del Partido Conservador, rechazó por abrumadora y apabullante mayoría las pretensiones de quienes quisieron arrodillar al conservatismo y privarlo de tener un candidato único a la Presidencia de la República.
            No es cierto, como Gabriel Silva afirma, que la convención haya sido un «linchamiento», ni mucho menos que la masa abucheadora haya sido «manipulada», o que se pareciera a las «camisas negras del fascismo», términos todos exageradamente hiperbólicos para describir una situación que nunca se salió de las manos y cuyos actores nunca insultaron a los aforados, quienes, por el contrario, guardaron la más absoluta y silbante disciplina. «Que el propio senador Gerlein consideró que su vida estaba en peligro», no puede ser más que otra malévola hipérbole, salida de toda objetividad y sinceridad. Puedo asegurar que sólo hubo gesticulaciones emotivas y airadas cuando el Senador intentaba hablar, pero emotivas y airadas no significan amenazantes. Cálmate, Gabriel. No exageres, que no te queda bien. El Partido guardó, en todo momento, una vital compostura, como es lo propio del conservatismo. Sin embargo, Gabriel Silva guarda para sí el hecho de que sí hubo una mayor explosión de indignación cuando Gerlein dijo por el micrófono que aquella manifestación de descontento «le recordaba la chusma barranquillera». Esto sí que acabó de enturbiar el ambiente, porque fue el propio Gerlein quién agredió de palabra a las ya irritadas masas conservadoras.
            Tampoco es cierto, como lo afirma el resentido ex ministro de Uribe, que Omar Yepes hubiera jugado con doble carta, la de Arturo, ternero de Santos, y la suya propia con el Partido. Omar Yepes es un hombre a quien siempre oí abogar por la candidatura propia y quien tuvo serias discrepancias con la conducta de su hermano. Además, lo conozco como como un hombre serio en estos asuntos políticos, por lo que, quien también lo conozca, podrá avalar mi aserto. Lo que Silva no reconoce, como decía doña Berta Hernández, es que «los terneros grandes maman arrodillados». Y muy grandes eran los que habían estado mamando…
            Pues sucede, amigo lector, que los áulicos de Santos no aceptan que la primera derrota que sufre este presidente fue en la convención conservadora, derrota premonitoria de la que vendrá en mayo. Eso los tiene desconcertados: no contaron con que no había mermelada para tanto pan, ni tanta indignación para tan pocos entreguistas. Están descompensados, descompuestos. Y lo están por dos razones: porque un presidente con el 26% de intención de voto ve peligrar sus opciones sin el Partido Conservador; y porque el resurgimiento de este partido comienza a hacer inviable que Santos sea elegido en la primera vuelta. Y de pronto hay una tercera: que al machismo liberal no lo deja dormir el hecho de que sea una mujer la que llegue al primer cargo de la Nación.
            Vade retro, Silva.


3 de febrero de 2014